EL “NONSENSE”, UN ARMA CONTRA LAS MENTES CUADRADAS
CONSUELO ARMIJO (CLIJ, 45, 28-31)
El género literario conocido como nonsense, cultivado por Lewis Carrol, supone para la autora una manera inmejorable de ensanchar el espacio mental del lector y de sondear las infinitas posibilidades imaginativas que lo tenido por imposible encierra en sí.
¡Las voces que oímos en sueños! ¡ Un manantial que surge! ¡Una montaña que echa fuego! ¡Qué maravilla! Pero ¿comprende la mayoría de la gente por qué sucede todo esto? ¡Claro que no! La vida está llena de sucesos extraordinarios, de nonsense. Mas esta clase de nonsense pasa de verdad. La gente los ha visto, los ha experimentado, o los ha leído en los periódicos. Tienen la certeza de que sucede y eso parece bastarles para aceptarlos sin más. Este comportamiento es sin duda muy corriente. Durante cientos y cientos de años de han caído las cosas al suelo, ¡oh, misterio!, pero tuvo que dar la casualidad de que al “excelente” Newton se le cayera una manzana en las narices y se preguntara su “porqué”, para que se descubriera la fuerza de la gravedad.
Sin embargo, hay muchos mortales que no han descubierto la fuerza de la gravedad (bueno, de eso ya han perdido su oportunidad, pero lo que quiero decir es que seguramente no descubrirán nada en su vida), muchos que aceptan como la cosa más natural que los volcanes echen fuego, pero que sin embargo rechazan todo lo que no pasa, no ven sus ojos, o no llegan a comprender sus mentes. Me parece que cometen un error. Hay que estar abierto a todo, porque, ¿qué cara pondrían nuestros tatarabuelos si les dijéramos que apretando un botón podemos ver y oír a un señor que a lo mejor está hablando en Rusia. Además, nosotros podemos ver, nos pueden parecer, nos pueden enseñar muchas cosas, pero...
La puesta de sol, ¡qué romántica! Sin embargo, no es el sol el que se pone. Bueno, claro, eso lo sabe todo el mundo, lo acepta todo el mundo, nos lo enseñan los profesores del colegio, lo confirman los científicos y demás créme de la intelectualidad. Pero durante muchos años los profesores, científicos y demás créme de la intelectualidad estuvieron sosteniendo lo contrario, y si no hubiera habido alguien capaz de rechazar esas doctrinas todavía seguiríamos creyendo que el sol se va.
¡Vaya usted a saber los disparates que nos pueden estar transmitiendo la créme de la intelectualidad hoy en día; lo que nos pueden engañar nuestros ojos, que ven con toda claridad cómo el sol se marcha (por el oeste, para más señas); las atrocidades que lo que llamamos “lógica” nos puede hacer creer, o casi peor, las maravillas que nos está ocultando!
Verdades cuestionadas
No es verdad todo lo que vemos o nos enseñan, ni imposible lo que no vemos ni comprendemos.
Pero para aceptar esto hace falta cierta amplitud de mente, cierta imaginación. Y, ¿cabe más amplitud de mente que aceptar la idea de que un gato sonría y vaya desapareciendo poco a poco hasta sólo quedar flotando en el aire su sonriente dentadura? (Lewis Carrol, Alicia en el país de las maravillas). ¿Cabe más imaginación que el saber bucear en el inmenso océano de infinitas “posibilidades” de lo tenido por “imposible”?
Sin duda los niños se sienten mejor en este océano de los adultos. Quizá la vida nos vaya cuadrando la mente. De tanto ver el cielo azul hay quien rechaza la sola idea de que pueda ser rosa, ni siquiera en ese mundo de papel y pensamiento que es un libro (en este caso un libro de ficción, claro está), aunque no tenga la menor idea de por qué es azul y por qué no puede ser rosa, y yo los recomendaría enorme prudencia antes de aferrarse tercamente a la idea de que el cielo es azul, todo azul y nada más que azul, ya que al oscurecer, cuando el sol pierde fuerza, se pone rojo y a veces hay cachos ¡rosa! ¡ah!, y por las noches tiende al negro.
En el mundo del nonsense las ideas establecidas (lo tenido por natural) se tambalean, y en cierto modo se cuestionan.
Por ejemplo, cuentos como El gato con botas, Los siete cuervos, El lobo y los cabritos y un sinfín más, inducen al niño a pensar en la posibilidad de que los animales hablen. Y... ¡por qué no?; al fin y al cabo, ¿qué somos los hombres si no “unos animales racionales”? Pues dicen que los delfines tienen una gran inteligencia. ¿Cómo evolucionará ese animal a través de unos miles de milenios? ¿Es que decían algo nuestros antepasados, los monos? Y además...
- Hola, hola – nos saludan los perros moviendo su rabo y también dicen tacos y “ay, ay, ay” cuando se lo pisamos (quien no sepa traducir esos ladridos que vaya al otorrino). ¿Perfeccionarán los animales su lenguaje? ¡A saber los ruidos que emitirían nuestros antepasados en la época de los saurios!
Desde luego, bueno, a mi modo de ver, nunca se sabe, estas posibilidades no se refieren a un futuro cercano (como lo hicieron las en su día tenidas por enormes fantasías y extravagancias de Julio Verne, contenidas en De la tierra a la luna o en Veinte mil leguas de viaje submarino). Pero hay que saber ver más allá de nuestras narices, sobre todo teniendo en cuenta que aunque –a este respecto, glorioso caso- uno sea “un hombre a una nariz pegado”, toda nariz humana es extremadamente corta.
¡Los cuentos de hadas! ¡La varita mágica! ¡La calabaza que se convierte en carroza! Bueno, sólo el saberlo imaginar, y que alguien lo escuche o lo lea extasiado, que sepa entrar en un mundo diferente, ya es una maravilla.
¡Qué bonito es ver reír a un niño, porque al mover las narices Mary Poppins las camas se hacen solas, los juguetes se meten ellos mismos en los cajones y todo el cuarto queda ordenado! ¡Ah!, y esa medicina asquerosa sabe a jarabe de frambuesa. ¡Ojalá se ría mucho de esa manera!, y sobre todo, ¡ojalá conserve siempre algo de esa frescura mental!
Ojalá que más tarde sepa cómo hacer experimentos nuevos, que nunca ha visto hacer, y que sólo los pueden llevar a cabo aquellos que son capaces de imaginarlos. O se pregunte “porqués” que nadie le ha explicado, ya que a nadie se le ha ocurrido pensar que pudiera haber un “porqué“ de una cosa que siempre ha pasado. O, a lo mejor, sabrá imaginarse nuevas situaciones haciéndolas posibles. Dicen que alguien vio cómo el vapor de agua levantaba la tapa de un puchero, y, ¡fijaos bien!, sin guía práctica, sin instrucciones para el uso, inventó la máquina de vapor.
Ideas tambaleantes
Poco se va a adelantar ateniéndose únicamente a que uno y uno son dos, aunque, eso sí, parece una teoría muy segura. Sin embargo, ¡hasta eso se puede tambalear! Porque vamos a ver, ¡qué sumamos?; por ejemplo, ¿un kilo de leña y otro kilo de leña?; muy bien, pero dentro de cientos de años esa leña no existirá (aunque no la quememos); su continuo desgaste la habrá convertido en polvo, y eso no se hace de golpe. Cada momento que pasa, parte de esa leña está dejando de ser leña, aunque nuestros pobres ojos no lo sepan apreciar. Entonces ¿qué sumamos?: ¿un kilo de leña de leña menos una billonésima de kilo de leña, más otro kilo de leña menos siete billonésimas? ¡Imposible de precisar! Además, la leña seguirá su desgaste, invalidando a cada instante la suma, y ese desgaste afecta a toda materia. En otras palabras, no existe una absoluta unidad, aunque nuestros pobres ojos no sean capaces de apreciarlo, como tampoco ven cómo nos crece el pelo día a día, instante a instante. Nuestros sentidos nos engañan. Sobre todo hay que tener en cuenta que no tienen suficiente precisión para valores universales.
Y eso sin meternos en mayores filosofías, como ¿quién viene antes, el huevo o la gallina?
Ante nuestros parcos conocimientos, el mundo en que vivimos es un completo nonsense, ¡aunque lo veamos todos los días! Así que no está mal acostumbrar a la joven generación al nonsense, ya que, a lo mejor, la solución a todo este tinglado nos puede parecer ahora tan disparatada como a nuestros amigos antepasados les parecería la idea de ver a un señor que está a miles de kilómetros con sólo apretar un botón, o que la tierra es un diminuto planeta, de una estrella catalogada como “enana amarilla”. Una pequeña estrella entre los miles de millones de estrellas de una de las innumerables galaxias.
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